miércoles, 19 de abril de 2017

Vermeer y los pintores de género

La exposición temporal que se celebra estos días en el Museo del Louvre está siendo todo un éxito de asistencia. No es para menos: se exponen en ella obras que en pocas ocasiones salen de sus colecciones habituales en diferentes lugares de Estados Unidos, Gran Bretaña o Países Bajos. Dado el gran interés despertado, el Louvre sólo permite la entrada a los visitantes que han reservado previamente a través de internet, algo que yo nunca había visto en este Museo. Pero la organización no parece haber previsto tanto público y la página web funciona de pena. Parece mentira en el museo más visitado del mundo. Por otro lado, la visita tampoco resulta cómoda: hay tanta gente que es difícil ver los cuadros que además son muy pequeños. Todo lo anterior ha causado tantos problemas, que el Museo se ha puesto manos a la obra para arreglar los problemas y que la exposición se pueda visitar, hasta su clausura el 22 de mayo, sin tantas incidencias. Además, recomiendan realizar la visita en los horarios nocturnos, es decir, miércoles y viernes, que es lo que hice yo.

Cartel que reproduce La Lechera. No se permiten hacer fotos de la exposición.

¿Y cuál es esta exposición temporal que despierta tanto interés en un Museo tan lleno de obras de arte que resulta inabarcable? Se trata de Vermeer y los pintores de género, una breve pero interesante confrontación de obras del maestro Vermeer con algunos pintores contemporáneos como Gerard Dou, Gerard Ter Borch, Jan Steen, Pieter de Hoch, Gabriel Metsu, Caspar Netscher, Frans Van Mieris y otros. Aquí un pequeño recorrido. Conocido como la Esfinge de Delft por el supuesto aislamiento en que vivía, de Vermeer se sabe que sólo pintaba por encargo, que era protestante pero se casó con una mujer católica con la que tuvo más de 10 hijos y que falleció joven y endeudado. La muestra que nos ocupa viene a romper esa presunta reclusión del artista al oponer sus obras con las de los otros pintores coetáneos para generar un debate tan antiguo como el arte: no sabemos si es influencia, copia, imitación, homenaje, creación de escuela o estilo, petición de los clientes de tener obras à la Vermeer...

Para entender las obras aquí expuestas, hay que conocer un poco la época y el lugar en que se pintaron. Las ciudades holandesas vivieron un gran momento de esplendor en el siglo XVII llamado el Siglo de Oro neerlandés: la relativa paz social y el desarrollo del comercio internacional generó una pujante sociedad burguesa y una clase social de comerciantes acomodada y culta pero sobria. Estos burgueses deseaban reflejar su vida y sus costumbres en cuadros que luego podían mostrar a sus invitados como ejemplo de buen gusto y refinamiento. En ellos, aparecen uno o varios personajes en escenas cotidianas, en actitudes cercanas pero dignas con discreto mobiliario en segundo plano. Desconocemos las identidades de los protagonistas pero pueden ser sus mismos clientes o modelos profesionales y, en algunos casos, se repiten: la chica del collar de perlas y la chica de la carta son la misma persona y además vestida con la misma ropa.

Delicada porcelana de Delft, muy apreciada por las clases acomodadas neerlandesas. Los pigmentos azules son los mismos que empleaba Vermeer en sus cuadros.

Las obras que podemos observar a lo largo del recorrido son escenas costumbristas o de género de lo más variadas: en ellas vemos personajes en todo tipo de actividades desde actos intelectuales, como leer o escribir cartas o tocar instrumentos musicales, a otros más manuales como los trabajos domésticos de La Bordadora (un cuadro pequeñísimo) o La Lechera o Joven cosiendo de Nicolaes Maes, cuadro que está pintado directamente sobre madera, sin lienzo. También momentos de interacción social como chicas que reciben la visita de chicos interesados en ellas tal que Visita inoportuna o Visita del pretendiente. Aparecen algunos temas más frívolos, por ejemplo, los afrodisíacos y otros muy serios como la ciencia: la apertura de Holanda al mundo queda reflejada en los cuadros El Astrónomo y El Geógrafo, en los que el científico que está estudiando luce una bata de casa que se asemeja a un kimono. Lo oriental empezaba a estar de moda. Sólo hay un cuadro en todo el recorrido en el que no hay presencia humana: Interior Holandés de Samuel van Hoogstraten donde vemos la entrada a un edificio y unas pantuflas en primer plano. Y, para finalizar, nos encontramos con la etapa manierista de este estilo y un cuadro de Vermeer que nada tiene que ver con lo visto anteriormente: se trata de Alegoría de la Fe católica, lo que nos lleva a pensar si Vermeer no se volvió católico en algún momento de su vida. Salvo por la incomodidad de intentar observar cuadros de muy pequeño tamaño en unas salas tan concurridas, la exposición es maravillosa y uno de los eventos imperdibles de la temporada.

La muchacha se dispone a preparar unas torrijas, muy propias de estas fiestas que acabamos de terminar

Las obras son de pequeño tamaño, algunas minúsculas, con colores cálidos y mucha luz. Nos muestran personas jóvenes y alegres en su vida cotidiana en un estilo de preciosismo miniaturista, como si los autores fueran herederos de la escuela gótica flamenca, y la calidez de los colores y la veladura gruesa, precursores del Barroco holandés. Estos pintores serían pues el enlace entre estas dos etapas del arte neerlandés. Ciertamente, la influencia o importancia de Vermeer en los demás pintores de su generación fue notable: desde la colocación de los personajes hasta los temas pasando por el dibujo y los contrastes de claroscuros. Pero ninguno de ellos puede igualar al maestro en el tratamiento de la luz, el uso sutil del color y las veladuras. Y es que Vermeer sólo hubo uno. Por lo visto, para obtener esos colores, el pintor molía muy poco los pigmentos con los que fabricaba su pintura (sí, antiguamente los pintores o sus discípulos creaban sus propias pinturas, no las compraban en la sección de manualidades de los grandes almacenes), de manera que, ésta tenía mayor proporción de aceite por lo que quedaba más pastosa y su índice de refracción de la luz era más alto. Después, aplicaba otra capa más fina y menos colorida, la veladura, lo que le daba más luminosidad al cuadro. A veces, Vermeer también empleaba polvos de algún mineral que añadía a la veladura para darle un reflejo aún más cristalino. Todo esto, unido a la pincelada pequeña y pulcra casi sin volumen, crea unos cuadros difuminados pero llenos de luz muy personales y perfectamente reconocibles.

La Lechera en su versión Playmobil

A la salida de la exposición seguimos sin hallar respuesta a la duda que he planteado antes. Si bien es innegable la influencia de Vermeer en la creación de un estilo, yo no sé hasta qué punto podemos hablar de intercambio entre los demás artistas y de estos con Vermeer. De haber habido verdadera cooperación e intercambio de ideas, no serían tan claras las diferencias técnicas entre Vermeer y los otros, perfectamente apreciables a simple vista. Lo de reproducir las mismas escenas así como la misma disposición de personajes y objetos, parece más una copia, una emulación o un estilo manierista (pintar a la manera de...) que una verdadera escuela. Y más en esta exposición donde los cuadros de misma temática se exponen juntos para ver las diferencias o similitudes entre ellos. Aunque los organizadores de la exposición la han planteado desde esta perspectiva de la cooperación, yo no la veo nada clara. Me parece más literatura para vender la muestra que una base sólida de estudio. Si queréis la versión oficial de la exposición, la encontraréis aquí. Mi opinión, os la acabo de dar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario